Butaca
de avión de cuero gris barato, llena de folletos sobre cómo no morir en caso de
accidente y con destino hacia Dublín. Exactamente son las 17:35 y mi aventura
hacia mi año en Irlanda comenzó hace menos de 3 meses, en una de estas charlas
con tus padres y que, increíblemente, encabezaron con este tema: “¿querrías
irte un año a estudiar fuera?”. Yo de primeras dije que sí, no pensé en nadie,
sólo en la oportunidad que me estaban exponiendo mis padres, pero a los 5
minutos pensé en todo lo que había olvidado anteriormente  y me di cuenta de todo a lo que tenía que
renunciar: a mi familia durante un año, a mis amigos, a mi novio,  a la idea de que tenía que estudiar  1º de Bachillerato y que iba a ser duro de
por sí, a Madrid, a todo.  Cambiar de
aires lo llaman, yo lo llamo empezar de nuevo sin perder nada teniendo a los
que te importan lejos de ti.
Este
verano ha sido extraño. La mayor parte del tiempo me la he pasado pensando,
llorando por las noches, intentando entender lo mayor posible el inglés y
echando de menos a gente que todavía no tenía lejos, pero que tenía cerca y me
daba miedo perderla, perder el contacto o simplemente porque no quiero tenerla
tan lejos, a 2511 km de mí.
En
situaciones extremas te das cuenta de las personas que te quieren de verdad,
que te hacen saber que te van a echar de menos y, como siempre, he visto a las
que más me importan y han reaccionado por esto cerca de mí, ya sea estando
conmigo para animarme, pasando nuestro tiempo libre juntos o simplemente
hablando.
Sé que
va a ser una experiencia increíble para mí, eso lo sé y me siento un poco
egoísta al llorar por tener que “irme del nido”, pero, digamos, que me he
independizado con 16 años, que no he ido sola a ningún sitio (en plan viajes) y
que me tengo que adaptar a otro idioma, personas, costumbres, a todo, SOLA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario